El imperio más vasto
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Contaba cuentos en las calles, aquello era todo lo cual hacía. Y al otro día había más gente, y al otro día más todavía, y una vez que ya la policía protestaba, ya que no se podía pasar por las calles en las que yo contaba cuentos, tuve que irme a la Plaza de los Reinos del Norte, y poco después a la Plaza del Mercado.
Para una vez que algunas horas luego culminé con el relato, para una vez que mencioné: y Ervolgerd el Muerto no retornó a caminar entre los vivos, ella compartía con una dama corrugada y su nieto que habían estado ahí a partir del inicio de mi historia, una manta vieja, deshilachada en los bordes y tantas veces lavada que se había gastado hasta la trama.
Mencioné que no, claro está: un contador de cuentos sabe a partir de el inicio a qué riesgos está expuesto, y si es un verdadero contador de cuentos los previene cuidadosamente, violentamente si hace falta.